He pasado las últimas semanas obsesionado con una misión que parecía simple pero que resultó ser un rompecabezas: encontrar el reloj adecuado para mi padre. No buscaba el último modelo tecnológico lleno de aplicaciones que él nunca usará, ni una joya de coleccionista. Buscaba algo mucho más valioso: independencia para él y tranquilidad para mí.
Al principio, cometí el error de mirar los smartwatches convencionales. Pronto me di cuenta de que una pantalla táctil pequeña y menús complicados son el enemigo. Para una persona mayor, la tecnología no debe ser un obstáculo, sino un salvavidas invisible. Así que llegué a la conclusión de que el «mejor» reloj no es el que tiene más funciones, sino el que cumple tres reglas de oro: legibilidad, sencillez y seguridad.
El reloj perfecto para ellos tiene una esfera grande. Parece una obviedad, pero el alto contraste es vital. He aprendido a valorar las pantallas con fondo blanco y números negros, grandes y claros, o las digitales con dígitos inmensos. Si tienen que forzar la vista para ver la hora, dejarán de usarlo.
Pero lo que realmente define al mejor reloj para personas mayores hoy en día es su capacidad de cuidarlos cuando nosotros no estamos. Me decidí por un modelo híbrido, uno de esos relojes de teleasistencia avanzada. Estéticamente no parece un dispositivo médico —algo fundamental para su dignidad, porque nadie quiere sentirse vigilado o enfermo—, pero por dentro es una maravilla.
Tiene un botón de SOS físico, fácil de palpar sin mirar. Si se marea o se cae, solo tiene que presionarlo y el reloj me llama a mí y a emergencias automáticamente. Además, cuenta con un detector de caídas y GPS. No es para controlarlo, es para saber que, si sale a pasear y se desorienta (algo que empieza a preocuparme), puedo encontrarlo en segundos.
El mejor reloj es aquel que no necesita cargarse cada noche. La batería debe durar días, porque la memoria a veces falla y acordarse de los cargadores es un engorro. Al final, el reloj ideal es ese que se ponen en la muñeca y del que se olvidan, pero que está ahí, silencioso y vigilante, permitiéndoles seguir disfrutando de su tiempo con total libertad.