¿Qué tipos de inteligencia artificial existen?

Desde que los investigadores estadounidenses Warren McCulloch y Walter Pitts desarrollaron su modelo de neuronas artificiales, el desarrollo de las IAs ha crecido a un ritmo vertiginoso. Su papel en sectores e industrias clave para la economía actual es ya indiscutible. De ahí que las principales universidades y centros de estudio dispongan de programas y curso desarrollo inteligencia artificial.

De las distintas formas de clasificar estos programas informáticos, la más desconocida es aquella basada en su capacidad para razonar con lógica, interpretar la información según el contexto o desarrollar proyectos desde cero; en resumen, en la inteligencia de las inteligencias artificiales (valga la redundancia).

Conforme a esta clasificación, la superinteligencia artificial, súper IA o ASI (por las siglas de artificial super intelligence) está en el pináculo evolutivo de esta tecnología. Demuestran conciencia y autonomía propia, pueden pensar de forma independiente, tomar decisiones y resolver problemas de extrema dificultad, y reúnen otras capacidades y destrezas que superan en casi todos los aspectos a sus creadores humanos.

Un escalón por debajo de esta IA se encuentra la inteligencia artificial general, fuerte o AGI (artificial general intelligence) sería comparable —si bien la ciencia computacional no ha llegado a semejante nivel— a los asistentes virtuales y chatbots conversacionales más avanzados del mercado. Son programas con habilidad para aprender, comprender y realizar tareas de importancia. Los registros y coloquialismos del lenguaje humano no escapan a su entendimiento, y por ello son útiles en tareas de asistencia.

Por último, la IA débil, estrecha o ANI (narrow intelligence) corresponde al estado actual de la inteligencia artificial. El término fue acuñado por el informático John McCarthy a mediados del siglo pasado, y su grado de inteligencia permite a estos sistemas reconocer imágenes, responder a cuestiones difíciles, identificar patrones (p. ej., filtros antispam basados en IA) o desenvolverse en juegos de lógica como el ajedrez.

A procura de parques perto de casa em Alicante

A vida numa cidade apresenta frequentemente comodidades e serviços ao alcance da mão, mas também pode vir acompanhada de desafios logísticos. Um dos mais comuns e frustrantes para quem possui viatura é, sem dúvida, encontrar um lugar onde estacioná-la.

Para um residente numa zona particular de Alicante, esta realidade converteu-se numa rotina diária: após cada dia de trabalho, começava a inevitável ronda de procura de estacionamento nas ruas próximas ao seu domicílio. Esta situação, repetida dia após dia, consumindo tempo e gerando stress, impulsionou a necessidade de explorar alternativas mais estáveis e fiáveis.

Perante a dificuldade constante de encontrar estacionamento livre na via pública, frequentemente com restrições de horário ou limitação de tempo, o residente decidiu empreender uma procura ativa de parques em Alicante ou lugares de garagem disponíveis nas imediações da sua casa. A ideia era assegurar um espaço fixo que eliminasse a incerteza diária e garantisse a proteção da viatura.

A procura orientou-se para diversas possibilidades. Por um lado, exploraram-se os parques públicos subterrâneos que pudessem existir num raio de distância caminhável desde a habitação. Avaliou-se a sua localização, horários e, claro, as tarifas de avença mensal, que costumam ser a opção mais conveniente para residentes.

Por outro lado, e talvez uma via mais direta, investigou-se a disponibilidade de lugares de garagem privados para arrendamento ou venda nos edifícios residenciais próximos. Isto implicou estar atento aos cartazes de «arrenda-se» ou «vende-se» que pudessem aparecer nas portas, ou até perguntar a porteiros ou administradores de condomínios da zona em Alicante. Também se consultaram plataformas online especializadas na oferta de lugares de parque na cidade.

Durante este processo, encontraram-se diversas opções, cada uma com os seus prós e contras. A proximidade à habitação era um fator chave, mas também o eram o custo económico (tanto de arrendamento como de uma possível compra), a segurança que oferecia o recinto (se era uma garagem comunitária fechada, vigiada, etc.), e a facilidade de acesso. Encontrar o lugar ideal que cumprisse todos os requisitos e se ajustasse ao orçamento representou um exercício de comparação e avaliação.

Em suma, a tarefa de procurar diferentes opções de parque perto de casa em Alicante é um processo comum em muitas áreas urbanas. Implica passar da frustração do estacionamento na rua à ação de explorar alternativas privadas ou subterrâneas. Esta procura, embora possa requerer tempo e investimento, é um passo necessário para conseguir uma maior comodidade, segurança para a viatura e, fundamentalmente, uma notável redução do stress diário associado à simples ação de estacionar na cidade.

La decisión informada: Proteger la salud animal con Adeslas

En la sociedad actual, la consideración de las mascotas ha transcendido la de simples animales de compañía para convertirse en miembros de pleno derecho de la familia. Esta evolución en la convivencia conlleva una creciente preocupación por su bienestar y salud. Los propietarios responsables son plenamente conscientes de que la medicina veterinaria, aunque avanzada y capaz de salvar vidas, puede suponer un desembolso económico significativo e imprevisto. Ante esta realidad, la búsqueda de soluciones que garanticen la mejor atención sin comprometer la economía familiar se vuelve prioritaria.

Es en este contexto donde el seguro de mascotas adeslas se presenta como una herramienta fundamental. Optar por una póliza de estas características no es un gasto, sino una inversión en tranquilidad. Los dueños que contratan esta cobertura dejan de enfrentarse al angustioso dilema de si pueden o no permitirse un tratamiento costoso o una cirugía de urgencia. Saben que, ante un accidente o una enfermedad repentina, su principal preocupación será únicamente el bienestar del animal, y no la factura derivada de la intervención veterinaria.

La cobertura ofrecida por Adeslas Mascotas suele estructurarse para dar respuesta tanto a las necesidades preventivas como a las urgencias. Desde consultas rutinarias, revisiones y vacunaciones, que fomentan la medicina preventiva, hasta pruebas diagnósticas avanzadas (como radiografías o análisis de sangre), intervenciones quirúrgicas y hospitalizaciones. El propietario accede a un amplio cuadro veterinario de profesionales y clínicas concertadas, lo que facilita la atención rápida y de calidad en una extensa red nacional. Esta red de seguridad permite que las decisiones médicas se basen exclusivamente en la necesidad clínica del paciente y no en la capacidad económica del momento.

Adoptar una mascota conlleva una gran responsabilidad. Tener un seguro de mascotas Adeslas es, en definitiva, la materialización de esa tenencia responsable. Refleja la previsión de un propietario que entiende que el amor incondicional por su animal también implica protegerlo financieramente ante los imprevistos. Lejos de ser un lujo, se convierte en un pilar esencial para quienes desean disfrutar de la compañía de su perro o gato durante muchos años, con la certeza de que su salud está respaldada por una compañía líder. Es la formalización de la tranquilidad, sabiendo que, pase lo que pase, el compañero más leal recibirá siempre la atención que merece.

Carne a la brasa que despierta los sentidos

Apenas cae la tarde sobre la Praza do Obradoiro y la humedad juguetea con los tejados de pizarra, un perfume de madera ardida empieza a peinar las calles estrechas y, de repente, el concepto de chuletón a la brasa en Santiago de Compostela deja de ser un reclamo pintado con tiza para convertirse en una noticia caliente. La ciudad, que sabe de peregrinos, pasos y silencios, también entiende de brasas que crepitan con acento gallego, de parrilleros que, cuchillo en mano y ceja levantada, parecen capitanes de barcos guiando piezas de vaca vieja hacia buen puerto. En una esquina, el humo abraza; en la otra, el paso lento de quien ha olido algo serio. Hay crónicas que se escriben con palabras; esta se redacta con fuego controlado, grasa noble y un respeto casi monástico por la materia prima.

Para empezar, conviene mirar el mapa bovino del entorno. Aquí, la rubia gallega no es un mito de postal, sino un linaje que crece con pasto, paciencia y un savoir faire heredado. El corte fetiche llega con hueso vistoso, capa de grasa que dibuja mármoles y un grosor que no se negocia. Algunos restauradores apuestan por maduraciones en seco que redondean el sabor y concentran jugos; otros, por tiempos más cortos que privilegian frescura y perfume lácteo. La controversia, por supuesto, es parte del espectáculo: hay quien defiende el toque mineral que da una maduración larga y quien se declara fiel a la mordida pura de un animal bien criado. El comensal, usted, hace de jurado con cada bocado, y no hay veredicto que no salga con una sonrisa manchada de sal.

El carbón aquí no es asunto menor: el carballo manda, a veces se asoma el sarmiento de viña para dar una nota frutal y no falta quien tiente al eucalipto con prudencia quirúrgica. La parrilla se lee como un pentagrama: zonas de brasa viva para sellar, áreas de calor medio para templar el corazón del corte, alturas milimétricas que se mueven como un ascensor de barrio. El parrillero, que no suda: brilla. Levanta la pieza, la baja, escucha el chisporroteo como si fuera una rueda de prensa de última hora; hay datos en ese sonido, titulares en esa grasa que cae y besa el carbón, argumentos en esa costra que empieza a formarse. Luego llega la sal gruesa, que no suele comparecer antes del sellado, y cuando lo hace parece un editor exigente: realza, corrige, pero no tapa.

En paralelo, la cocina compostelana sabe envolver sin distraer. Los pimientos de Padrón, a veces con su ruleta rusa de picante, actúan como primos traviesos del protagonista. Los cachelos, honrados, se convierten en colchón tibio que recoge jugos con disciplina de periodista de guardia. El pan de maíz, con su miga húmeda y encanto rural, firma como notario el acta del festín. Si se quiere abrir un paréntesis, asoma un aceite verde con notas de hierba cortada; si se prefiere cerrar el círculo, un vino tinto de Mencía pone titulares frescos, fruta crujiente y acidez que limpia el paladar como un buen cierre de edición.

El servicio, por cierto, se cocina tanto como la carne. Hay salas que recomiendan punto y explican por qué, con una didáctica amable que se agradece cuando uno duda entre rojo valiente o rosado diplomático. Los platos calientes no son un capricho, son una decisión técnica: mantener la temperatura sin seguir cocinando, que la reposada sea breve y la mesa no enfríe las intenciones de la parrilla. Un buen corte no necesita discursos, pero una narrativa sincera sobre procedencia, maduración y tiempos convierte la mesa en una pequeña aula sin pizarras, donde no se dictan lecciones, se celebran certezas.

La meteorología compostelana, con su firma húmeda, multiplica el deseo. No es casual que, cuando arrecia la llovizna, las reservas suban: el cuerpo pide calor que cruje. En las barras se comentan perfiles: que si más alto de lomo, que si la cadera ofrece mordida más firme, que si el chuletón con hueso ancho deja recuerdos más profundos. Los técnicos de la carne—porque los hay—debaten grados y curvas de temperatura como si hablasen del derbi del domingo. La noticia de cada noche es si la brasa ha estado a la altura del rumor, y la competencia, sana y silenciosa, mantiene la ciudad en un estado de alerta gastronómica que cualquier redacción envidiaría.

Cuentan los parrilleros que el secreto no está en mover mucho la pieza, sino en saber cuándo no tocarla. El silencio también cocina. El primer volteo es como publicar: no hay vuelta atrás a ese sellado. Después vendrán gestos cortos, comprobaciones con la yema del dedo o con un termómetro que no engaña, y el reposo final que redistribuye jugos como una maqueta de ciudad que encuentra su tráfico perfecto. Hay quien corta en mesa, a la vista, para que el color cuente su propia crónica; otros prefieren trocear en cocina y enviar sobre hierro, para que el calor remate sin recocer. Dos estilos, un mismo objetivo: que la mordida sea una aparición, una fotografía jugosa que el paladar quiera archivar en la memoria a largo plazo.

Santiago tiene esa manía amable de convertir lo cotidiano en ceremonia. Comer carne aquí no es un trámite, es un acto público. A la mesa llega la conversación de siempre—fútbol, política ligera, el camino y sus piernas cansadas—pero la brasa marca el ritmo. Hay bares que sobreviven por el olfato: uno pasa por la puerta, el humo lo agarra como una noticia de última hora y de pronto ya está dentro, preguntando por el corte del día. También hay templos modernos que afinan con precisión de laboratorio y desmontan el estereotipo de que la carne solo entiende de bulto y fuerza. Entre ambos extremos, la ciudad ensaya, prueba, confirma: el músculo es cultura cuando se cocina con coherencia.

Quien busque espectáculo encontrará chispas que saltan como fotógrafos, huesos que se dejan roer con elegancia, gotas de grasa que encienden una segunda ronda de titulares sobre el carbón. Quien busque información, la tiene: fechas de sacrificio, origen, tiempo de maduración, peso exacto antes y después del hueso, argumentos a favor del reposo, razones en contra del exceso de adobos. Y quien venga con hambre, ese siempre gana, porque aquí el plato no se limita a llenar: se ocupa de contar una historia con principio ardiente, nudo jugoso y desenlace lento, sin moraleja, porque no hace falta.

Al final, cuando la mesa se despeja y queda el hueso como columna vertebral de una página ya leída, uno entiende que la ciudad y la brasa se han puesto de acuerdo para ofrecer un relato que no caduca. Hay noches en que la lluvia golpea y otras en que el cielo se abre, pero el rito permanece: madera, fuego, carne, paciencia y esa alegría discreta que se instala en las mejillas cuando la proteína conversa con el humo. No hace falta que nadie lo proclame con megáfono; basta con seguir el aroma por las rúas, tomar asiento, levantar la vista, y firmar con el primer bocado la crónica que su paladar estaba esperando.