La esmeralda es una piedra preciosa de uso extendido en el sector joyero por su vistoso color, la dificultad de su talla y su rareza mineralógica, que llega a superar a la del diamante. Su versatilidad favorece que se utilice en multitud de joyas: desde unos pendientes de plata y una gargantilla de moissanita, hasta un anillo de oro con esmeralda: con todas es compatible esta variedad del berilo.
La belleza estética es la característica más apreciada de la esmeralda: su intenso verde —que incluso da nombre a un color en el círculo cromático— agrega una nota singular a metales y piedras blancas como el platino, la danburita, la petalita o la plata, rompiendo así con la monotonía de ciertos diseños, sin restarles elegancia.
Pero el llamado verde esmeralda presenta matices en el mineral del que procede. La existencia de vetas o fracturas internas, formalmente denominadas ‘jardines’, oscurecen ligeramente el interior de cada roca, y dado que la distribución de estos jardines varía de un ejemplar a otro, cada esmeralda es única. Por su rareza, las rocas con una mayor transparencia se cotizan más caras que el resto.
La dureza de la esmeralda resulta engañosa. El proceso de extracción y tallado es crítico debido a la fragilidad de las gemas, que se desarrollan en el ‘vientre’ de una piedra huésped. Una manipulación indebida puede ocasionar la fragmentación del mineral y, con ello, su devaluación inmediata.
Si el precio de un mineral se fundamentase de su escasez, la esmeralda se cotizaría más que el diamante, pues ciertas gemas son diez e incluso veinte veces más inusuales que esta piedra preciosa.
La riqueza simbólica de la esmeralda también justifica su popularidad en la elaboración de joyas. La juventud, la inmortalidad, la unión, la fertilidad o el poder: estos conceptos se han vinculado históricamente con el mineral favorito de Cleopatra y otros líderes de la antigüedad.